Alguien la divisó, quizás desde un avión, y la noticia corrió como reguero de pólvora. El entusiasmo era contagioso, ya que en aquella ciudad perdida en la selva se escondía el secreto de sus orígenes, y la verdad de su futuro. Quizás era el descubrimiento del siglo. Como el camino era difícil, buscaron voluntarios, gente capaz y valiente, dispuestos a representarlos en aquella noble misión diplomática. El grupo finalmente quedó conformado por gente de distinta edad, sexo y origen, pero que se complementaban muy bien entre sí: los fuertes con los inteligentes, los audaces con los metódicos. La paciencia de unos, con el espíritu y la voluntad de los otros.
Durante semanas, el grupo atravesó la impiadosa jungla y se arrastró por húmedas cavernas como un solo hombre dejando de lado sus diferencias. Tomaban decisiones dando lugar a la opinión de todos y elegían los mejores senderos para que los vehículos de provisiones pudieran avanzar. Comenzaron a pensar que su misión tenía una finalidad más alta que la diplomática: creían que iban en busca de una verdad sobre ellos mismos.Pero el camino era difícil, y la marcha se hizo cada vez más ardua. Los cansancios del viaje se hicieron sentir, y agrietaron los ánimos.
Algunos dijeron que comenzó cuando un pequeño grupo de aventureros comenzó a ignorar las decisiones del grupo, justificándose en que solo ellos poseían la experiencia necesaria para elegir correctamente. Otros, en cambio, aseguraron que comenzó cuando algunos miembros del grupo comenzaron a creer que las provisiones se repartían de forma desigual, y a reclamar aquel faltante.
Pronto se hizo evidente que había una escisión, dos tendencias desiguales que vibraban fuera de sintonía entre los aventureros. Las voces se elevaron discordantes, opinando una cosa o la otra, y se perdió gran parte de la sensatez con la que se habían manejado hasta ese momento. Se llamaron burlonamente entre sí "el grupo de los mentirosos", y "el grupo de los falsos profetas". El primero de estos grupos decía conocer la ruta mas sencilla y directa a la ciudad secreta, oasis de verdad al que todos deseaban arribar. Los falsos profetas desconfiaban de esta ruta: alegaban que aquel camino era un engaño: muchos no podrían cruzarlo, y quedarían rezagados, o se perderían. También aseguraban que era una estrategia de sus rivales para no compartir la gloria del descubrimiento con todo el grupo.
Por otro lado, los mentirosos no se fiaban de los falsos profetas: Creían que siempre estaban buscando trampas y dobles sentidos en todo lo que se hacía o decía, y que esta desconfianza los llevaba hasta la el límite de la paranoia. Además, decían, tenían una tendencia preocupante a la conspiración: conformaban grupos sectarios, e intrigaban con propósitos que no revelaban.
Finalmente, decidieron separarse: Los mentirosos tomaron por la ruta que habían propuesto, y resultó que era tan sencilla y directa como habían prometido, aunque ninguno de ellos se arrepintió de haber dejado atrás a sus compañeros. Realmente deseaban llegar a la ciudad secreta, pero una vez allí, habían acordado no revelar sus secretos al mundo: querían que la verdad no escapara a su control. Algunos dicen que llegaron a la ciudad secreta, y que lo que vieron y encontraron allí los volvió ricos y poderosos.
Por otra parte, el grupo de los falsos profetas, que había elegido una rutas mas larga, sufrió mas escisiones. Numerosos jefes surgieron de cada división, y se atomizaron en contingentes cada vez mas pequeños y cerrados de gente. Cada líder aseguraba a sus seguidores que conocía el camino, pero la realidad era que avanzaban casi tanto como retrocedían. Todos deseaban fervientemente alcanzar la ciudad secreta para poder compartir sus secretos con el mundo, pero según se cuenta, jamás llegaron.
Por un motivo u otro, ningún aventurero de aquella expedición regresó jamás, ya fuera con el secreto de la verdad de la ciudad secreta, o sin él. Y la ciudad secreta aún perpetúa su misterio hasta hoy.