lunes, 10 de enero de 2011

Bajo Tierra

Cavaba el enano, siempre hacia abajo, enamorado como estaba de la madre tierra. Creía él que la encontraría con cada terrón que quitaba de su camino.

Se abría camino en larguísimos túneles, con el sudor corriéndole por la frente. Lo había hecho por tanto tiempo que las estrellas habían envejecido junto con él en su ilusión.

Cavaba en un profundo silencio y en una total soledad. No desconocía que, aunque tuviera éxito, no habría nadie allí para felicitarlo. Al mismo tiempo, si algo le pasaba, nadie lo socorrería.

Aún así, perseveraba sin dejarse vencer por estos funestos pensamientos…

Un buen día, durante un derrumbe inesperado, el enano encontró a su anhelada amante: Ella era el origen mismo de la vida, el vientre materno húmedo y cálido que tanto había buscado.

_¿Por qué te esforzaste tanto en venir hacia mí? Le dijo ella con voz suave. El mismísimo sol habría estado a tu alcance si en lugar de cavar hubieras apilado piedra sobre piedra.

_El sol es hermoso, pero su luz no me seduce, contestó el enano.

_¿Y qué te seduce? Preguntó ella quitándole algo de tierra de los hombros

_Tú y tu forma tan femenina de ser. Solo eso.

_ ¡Gracias!, exclamó un poco conmovida. ¡Que amable!

Guardó silencio unos segundos, pensativa. Luego agregó:

_Desde hace mucho que te observo y me encantaría que te quedaras conmigo, pero no es posible: acá no hay aire que puedas respirar, dijo mientras lo acunaba dulcemente

_Lo prefiero, antes que vivir sin ti, susurró finalmente el enano, aferrándose a ella un poco más.

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