domingo, 10 de abril de 2011

El hombre del Faro V

Hubo un día, igual a tantos otros en los largos años de rutina inmutable, en el que el mar mismo guardó silencio, como esperando algún magno evento de suma importancia. El hombre del faro, que se encontraba en el interior realizando algunas tareas de mantenimiento, salió al balcón, extrañado por la ausencia de ruido. El rugido de las aguas, a veces ensordecedor, había callado por completo. No obstante, aún se veían algunas olas rompiendo contra las rocas.
Era un día agradable y soleado, de los que el hombre del faro solía aprovechar para caminar por la playa, y normalmente con tan buen clima el cielo se habría llenado de gaviotas grises.
Pero no ocurría así: no había ni siquiera nubes que taparan el sol.

"¡Cuanta paz ahora que no hay ruido alguno!" pensó el hombre, demorándose unos minutos más apoyado en la baranda. Volvió a su trabajo con sumo cuidado, ya que no quería romper aquel extraño hechizo. Transcurrió la tarde, mientras el sol declinaba lentamente, sin que se oyera nada más que su respiración y el ruido metálico de las heramientas.

En el crepúsculo, dió un paseo por la playa, que ahora le parecía un poco triste en su silencio. Ni siquiera el viento, a pesar que se había levantado bastante fuerte, zumbaba en sus oídos. Tomó una piedra, y la lanzó al agua: Rebotó un par de veces y se hundió con un sonoro "blup". "Que extraño", pensó. Sin emitir una palabra interrumpió su caminata y volvió al faro.
Al día siguiente, cuando despertó, escuchó el rugido constante del mar, qué, como todos los días, golpeaba una y otra vez la costa.

viernes, 8 de abril de 2011

El hombre del Faro IV

Despertó y se levantó lentamente, luchando contra el sueño. Desayunó, se acomodó la corbata y encendió el automóvil. A las 10, mientras tomaba su primer descanso, fue a comprar las magdalenas que comía todos los días.
Selló las boletas, escribió tres notas, y se aseguró que los pedidos hubieran sido efectuados de acuerdo al protocolo. Al mediodía, almorzó lo mismo que la semana anterior, y trabajó hasta tarde. Al salir de la oficina, los últimos rayos del sol se filtraban por entre el muro de edificios que lo rodeaban. Subió a su auto, volvió hasta el departamento, y mientras cenaba puso el noticiero. ¿Qué día era? ¿Jueves o viernes? "Jueves", le dijo una voz en su cabeza, "mañana hay que pasar la información a contaduría". Cansado como estaba, se fue a dormir pocos minutos después.

Despertó y se levantó lentamente, luchando contra el sueño. Desayunó, y salió al balcón pensando en un sueño extraño que había tenido, sobre un hombre que vivía en un departamento diminuto y que trabajaba todo el día. "¡Que poca poesía hay en las grandes ciudades!", pensó el hombre del faro. "Al menos yo tengo mis atardeceres y un mar enorme para reconfortarme".