lunes, 9 de septiembre de 2013

Techno-Punk

Se levantó con algo de dolor de cabeza, y tomó una pastilla. Tenía el sabor de un desayuno y se expandía en el estómago como una comida completa, aunque no daba la misma satisfacción, como si hubiera algún espacio que se negara a llenarse por ese medio. Sin embargo, era lo mismo que desayunar, prácticamente, y llevaba menos tiempo. Y la cabeza ya no le dolía. 

 Pensó en conectarse a intrared, y encontró el cable en su muñeca: Se ve que anoche se había olvidado de desconectarse. Pronunció su contraseña, y ya estaba adentro: Lás páginas se desplegaban directamente en su cerebro y delante de sus ojos: cada movimiento de sus manos la hacía atravesar el hiperespacio a velocidades alucinantes, sin moverse ni un paso.
 
Conoció gente, compró lo que necesitaba, e incluso trabajó unas horas, porque se estaba quedando corta de créditos. Era bastante diestra en la multiproductividad, porque había tomado varios cursos en la intrared, y podía atender a muchas cosas a la vez. De hecho, muchas veces estudiaba o trabajaba en la intrared mientras su cuerpo dormía.
Volvió a su habitación, y se sintió mal otra vez. Quizás fuera hambre, tomó otra pastilla por si las dudas y volvió a intrared, para programar una sesión de ejercicio. Allí había conocido a su novio el mes pasado. Vivía lejos, a varios miles de kilómetros, no obstante se veían casi todos los días, y se conectaban siempre que podían en los cafés virtuales. No pensaban en vivir juntos, porque no tenía sentido, bastaba con programar su red para estar en la misma zona...
El dolor de cabeza no se iba. Tendría que consultar con el médico mañana, quizás tendrían que cambiarle la medicación.

La máquina del tiempo

Finalmente, luego de años de pruebas, el dispositivo brillaba y bullía sobre la mesa. Les pareció lo mas hermoso del mundo. Era una maquinaria increíblemente avanzada, capaz de detener el tiempo. Iluminaba el cuarto con una luz azul, y bañaba de esperanza a los científicos, que nunca habían visto nada mas hermoso. Todos ellos soñaban y fantaseaban con la posibilidad de vivir por siempre, de observar al mundo cambiar bajo sus pies mientras mientras no les pasara a ellos ni un año, ni un día. Aspiraban a obtener la sabiduría que dan los años, y la fuerza que quitan. Burlar la muerte... que delirio les parecía. Si la muerte no existiera, seguramente no habrían dedicado tanto trabajo para construir ese aparato... quizás, si la muerte no existiera, no habrían hecho absolutamente nada, nunca.

Se juntaron alrededor del objeto, que ya estaba en el pico de su actividad: Chillaba y brillaba mas que nunca, y su luz se volvía mas blanca. De pronto, los encegueció por un instante, y vieron delante de sus ojos destellos, productos de la intensa luz. El aparato finalmente se apagó, y se acercaron a ver el resultado. Sobre la mesa, impecable, inmaculado y perfectamente inmune al paso del tiempo, que seguía su curso arrollador avejentando todo a su paso segundo a segundo, un instante congelado, eternizado que los haría vivir por siempre.  

lunes, 10 de junio de 2013

El hombre del Faro VII

Sintió una punzada, mas fuerte que las otras, y no tuvo miedo, como otras veces, ni sintió la necesidad de ir hasta el botiquín del baño, como antes. En lugar de eso, fue caminando lentamente hasta el balcón, y apoyado en la baranda como lo hiciera siempre, miró la espiral azul de olas en eterna enemistad con las rocas de la costa. Buscando, quizás, alguna respuesta, solo pudo oír el silencio estruendoso de la espuma.
Alzó la vista hacia las estrellas. No parecían extrañadas ni conmovidas. Las contó, una por una, muchas veces, hasta que, cual si fueran ovejas, empezó a ganarle el sueño. Hubiera querido él que la luz del faro se extendiera hasta el infinito en ese momento, para que alguien lo supiera, o quizás que se vistiera de oscuridad en sentido duelo, pero ni un parpadeo alteró su luminosa rutina.
En la cárcel del sur, la hora de la cena era comunicada mediante un altavoz.
Lejos, en una ciudad cualquiera, alguien se iba a dormir temprano después de una cena frugal.
En el faro, el mar rugía y las constelaciones cantaban mudas su indiferencia.