Ya desde temprano, el inacabable ir y venir los había
mantenido ocupados. Todos entendían que una demora en la rutina de hoy
significaba un retraso en la rutina de mañana, y eso atrasaba a su vez la rutina de pasado mañana. Aún así, fue inevitable: en el
cielo de la conejera de pronto asomó un sol de flúor y no pocos orejudos se
quedaron con la vista perdida en las alturas, como saludando a su nuevo amo.
Era otro cartel de propaganda, de los que había a montones por la ciudad. Pero no
por eso era menos importante, ya que podía significar una nueva pista sobre que
comprar. Y la diferencia entre comprar lo correcto o lo incorrecto se traducía
en mayores o menores probabilidades de reproducirse. Todos sabían que un conejo
a la moda era un mejor compañero sexual que uno anticuado. Y no importaba que
la propaganda fuera de lápices, electrodomésticos, corbatas o zanahorias, todo
ayudaba a transformar a un simple orejudo en un imán irresistible para el sexo
opuesto, por eso todos prestaban mucha atención a las publicidades nuevas. Eran cosas que se aprendían desde la mas tierna edad en la madriguera, y que servían durante toda la vida. Una vez asimilada la nueva publicidad, los conejos volvieron poco a poco a sus actividades, distraídos por un rato, pensando quizás en zanahorias o en camadas numerosas.