viernes, 8 de abril de 2011

El hombre del Faro IV

Despertó y se levantó lentamente, luchando contra el sueño. Desayunó, se acomodó la corbata y encendió el automóvil. A las 10, mientras tomaba su primer descanso, fue a comprar las magdalenas que comía todos los días.
Selló las boletas, escribió tres notas, y se aseguró que los pedidos hubieran sido efectuados de acuerdo al protocolo. Al mediodía, almorzó lo mismo que la semana anterior, y trabajó hasta tarde. Al salir de la oficina, los últimos rayos del sol se filtraban por entre el muro de edificios que lo rodeaban. Subió a su auto, volvió hasta el departamento, y mientras cenaba puso el noticiero. ¿Qué día era? ¿Jueves o viernes? "Jueves", le dijo una voz en su cabeza, "mañana hay que pasar la información a contaduría". Cansado como estaba, se fue a dormir pocos minutos después.

Despertó y se levantó lentamente, luchando contra el sueño. Desayunó, y salió al balcón pensando en un sueño extraño que había tenido, sobre un hombre que vivía en un departamento diminuto y que trabajaba todo el día. "¡Que poca poesía hay en las grandes ciudades!", pensó el hombre del faro. "Al menos yo tengo mis atardeceres y un mar enorme para reconfortarme".

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