miércoles, 26 de enero de 2011

Pleno vuelo

Ella era como la mas hermosa de las aves, exhibiendo orgullosa su plumaje en la copa del árbol mas alto del bosque. Una hechicera de gorjeo anaranjado que embrujaba a quien oyera su voz. Y como todas las de su género, poseía una llave capaz de abrir cualquier corazón, que usaba según su voluntad.
Yo caí por ella como tantos otros: Canté a sus pies con mi alma de gorrión bajo la sombra del verano sin saber que el amor era para ella un juego, que por supuesto, siempre ganaba.
Respondió a mi devoción con dulces promesas, en las que creí ciertamente. Luego, me abandonó.

Mucho tiempo la esperé, escribiendo versos y pintando su rostro en cada nube. Sufrí mucho también, en las noches que la luna me traía su recuerdo plateado. Mi canto se hizo triste al tiempo que la juventud se volvía opaca en mi plumaje.
Cuando la volví a ver, su belleza y su gracia no habían disminuído, sino todo lo contrario: parecían aventajar a la mismísima primavera. Su melodía era mas intensa que antes y su vuelo era tan suave que parecía hecha de algodón. Mi alma herida suplicó por su amor, pero solo me dió tibias esperanzas antes de marcharse por segunda vez.

Me aferré a no olvidarla y anduve tras su aroma por cielos tormentosos. Si alguna vez me le acercaba, no parecía notarlo, jamás me miraba. Pero al alejarse, elevaba su celestial trinar como invitándome a seguirla.

Había vivido yo bastante desde el día en que la había visto por primera vez, y algunos pensamientos florecían en mí: quizá todo en ella fuera ilusión, pensaba.
Quizás nunca me amaría, quizás bajo sus alas blancas no había más que dolor...

Quise entonces abandonarla, escapar para no volver, pero su intuición fue más rápida: Supo que estaba a punto de perder la partida y jugó su carta maestra: sin previo aviso, me besó.
Me besó con toda la potencia de su sexo y su juventud, me llenó con su espíritu azul y me hizo olvidar con un solo gesto cuanto había sufrido por ella: No pude evitar amarla una vez más.

Yo aturdido, ella, elegante, fina y mas radiante que mil soles, se elevó sin mirar atrás, como lo había hecho siempre, su perfecta silueta recortada contra el celeste del cielo. Entendí que el alejarse de mí estaba en su naturaleza, y que yo, fiel a la mía, la seguiría hasta el fin del mundo.

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