domingo, 30 de enero de 2011

El hombre del Faro II

Desde las alturas se veían las nubes, se veía el mar y las puestas de sol. Era muy dificil no maravillarse ante la belleza de ese paisaje. El hombre del faro no era la excepción, amaba realmente el paisaje que contemplaba todos los días.

La península en donde se sostenía el faro era una tranquila playa en la que las olas, chocando contra las rocas, ahogaban el sonido del viento. Incontables veces bajó él a pasear por la arena en sus horas de descanso, disfrutando del buen clima a veces y caminando de puro gozo, bajo la lluvia, otras.
No culpaba él a su destino, que le había permitido, a modo de consuelo, tener esas sencillas alegrías.

¿Podría hacer tenido otra vida en otro lugar? ¿Acaso tener familia o hijos? Tal vez, pero era tarde ya para arrepentirse, pensaba.
Siempre había elegido lo que a su juicio era lo mas conveniente para sí mismo, de manera que esa vida que llevaba era, seguramente, la mejor de las posibles. Quería creerlo, pero no estaba completamente seguro.

Algo que el hombre del faro no sabía, es que el mundo había olvidado su existencia por completo. Los hombres se preocupan solo por los asuntos que requieren atención urgente, y como el faro funcionaba sin problemas gracias a su cuidador, nadie se acercaba hasta allí ni hacía pregunta alguna sobre el viejo edificio.

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