jueves, 14 de julio de 2011

El hombre del Faro VI

Increíbles visiones se sucedían en la larguísima noche del invierno, sobre el promontorio en el que vigilaba siempre sin moverse, el faro.
Hacía mucho frío, y nevaba. Tal vez los inviernos recrudecían mas y mas con el correr de los años...
Se envolvía en una bufanda desde el cuello hasta los pies, y al compás del viento se arremolinaba rodeando el faro hasta casi tocar el mar. El viejo edificio quedaba entonces protegido del gélido aliento del sur, por los flecos rojizos y cálidos de la victoriosa lana tejida.
Sucedía también que, a pesar de ser un lugar sumamente abierto, una acústica particular exclusiva de los meses invernales, se volvía eco y conversación para el hombre del faro.
_Buenos días, decía el eco.
_Buenas noches, repetía al caer el breve sol.
No obstante, no se atrevía a responder preguntas de las que no estuviera totalmente seguro de la respuesta:
_¿Estás ahí? preguntaba el hombre del faro en vano.
Finalmente, durante algunos momentos particularmente oscuros de esa larga noche, se podían entrever en el cielo imágenes, como si fueran proyecciones de una película, sobre el abismo negro. El hombre del faro había descubierto que muchas veces variaban de acuerdo a lo que él imaginara en aquellos momentos.
Fue un día, en el que los flecos de su bufanda cosquilleaban debajo de su mentón, que pudo observar, sobre el precipicio infinito, una playa de palmeras, arena cálida y algunos veraneantes tostados por el sol.
_Nada mal, eh? preguntó al eco.
_Soñar cuesta poco, respondió el eco.

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