domingo, 6 de febrero de 2011

Las flores del desierto

Dicen que bajó de la noche vestida con sus colores, disfrazada de don y prometida a los hombres. Era el desierto, donde nadie sobrevive solo. Dicen que un grupo de beduinos la encontró y le dió de comer y beber.

Dicen que mientras habitó entre ellos, tomó por tarea el recoger el agua todas las mañanas del oasis cercano. Sus ropas, aunque sueltas, dejaban al descubierto solo sus tobillos y sus pies descalzos. Reían sus collares y pendientes mientras llenaba el ánfora, y cada gota que caía reflejaba su espejismo, fresco y limpio. Mezcla embriagadora de dolor y amor, emborrachó a cuantos bebieron del líquido cristalino. Dicen, que de su ánfora, a la manera de Pandora, derramaba también, sin embargo, consuelo y esperanza para remedio de todo lo que ella misma ocasionaba.
Era el regalo mas completo que podía ofrecer Alá: nada hacía tanto bien y tanto mal a la vez.
Dicen que trenzando una flor por cada hombre, se fue un día, caminando por el desierto.
La tribu de beduinos se dispersó y uno a uno, por dentro, fueron devorados, aún mucho después de que ella hubiera partido.
Dicen que la vieron llevando un ánfora cargada de agua y una larga corona de flores del desierto.

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